jueves, 6 de octubre de 2011

"Pon tu marca y mira a dónde te lleva": co-escribiendo la autobiografía universitaria

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[texto del in/docente que aparecerá para introducir el primer número de la revista "aún sin título" del grupo, con textos autobiográficos sobre la experiencia de ingreso a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. El borrador de los textos de los estudiantes puede consultarse en los blogs que aparecen en la barra de enlaces]

El filósofo ruso de principios del siglo XX, Michael Bajtín, pensaba que la sociedad está conformada por voces, voces que a su vez son diálogos con otras voces. La persona, decía Bajtín, es una voz constituida por un singular e irrepetible diálogo de voces: los padres, los hermanos, los amigos, los maestros, los amores... los otros significativos de la experiencia. Entre esos otros, los libros -la palabra escrita- aportan al individuo un caudal de voces, "las voces de los difuntos" como decía Quevedo. En sus escritos de juventud, Marx firmó que el mismo pensamiento es un acto social, que aún en soledad implica una conversación. Usando la poesía, Juan Ramón Jiménez expresó algo similar:

¿Cómo una voz de fuera?
Llega a ser nuestra voz
Y hace decir sus cosas
A nuestro corazón

Bajtín distinguió dos tipos de voces, la dialógica y la autoritaria. La primera es una voz que escucha, una voz que integra otras voces, que permite la diferencia, y de esa manera crece y podemos dialogar con ella. La segunda, es una voz sorda, que se impone y excluye otras voces y los diálogos posibles. La voz de la autoridad  suele estar en nosotros mismos. Cuántas veces no soy yo el que habla sino la voz de mi padre diciendo lo que está bien o mal. Cuántas otras es la voz mi madre reprendiendo a mi hija. Cuántas más la voz de algún maestro se escucha cuando llamo al orden en el salón de clases. Otros lugares donde las de voces autoritarias se anidan son: el discurso del presidente, el noticiero de la noche, los anuncios publicitarios, las telenovelas, los exámenes escolares...

Desde este punto de vista la individuación, el proceso de volverse individuo, es un continuo desarrollo y un logro del sujeto por elaborar su propia voz, en la que por supuesto también hablan otras voces de manera armónica. Esto no es fácil, no hay atajo, ni poción mágica ni pacto con el diablo que nos  lleve directamente a esa meta, en parte porque la meta es el camino mismo ("caminante no hay camino"). La voz de autoridad es difícil de reconocer, enfrentar, disolver, modificar. Requerimos la voz dialógica de los otros -incluidos los textos significativos que nos vamos encontrando-, su ayuda, su escucha, su resonancia son parte activa en este proceso, y la vida se puede convertir en el arte del diálogo.

Esta compilación de textos que hemos producido en nuestro taller de expresión oral y escrita requiere ser comprendida en primer lugar por el ambiente de diálogo y escucha del cual surge. En el barullo y velocidad de la vida cotidiana nos detuvimos, nos encontramos para escribirnos y leernos. El mundo que vivimos, este México que hoy se nos arroja descarnado, no parece tener ninguna paciencia, y a veces más bien violenta y brutalmente corroe, destruye los espacios de encuentro: los árboles, los ríos, los parques y todo elemento de paz y detenimiento están bajo amenaza. Las aulas no son la excepción, sin un esfuerzo colectivo que lo enfrente, el barullo y la velocidad -su negligencia asesina de la sensibilidad- las penetran fácilmente.

Este trabajo de textos sobre la experiencia de ingreso a la UACM no fue planeada en el sentido convencional y ha ido cambiando ajustándose a la propia historia que hacemos como grupo. En mi propia retrospectiva hay tres elementos de esa historia que necesito contarles; expresan el entrelazamiento que significa lo que llamo una "planeación obediente al proceso".


El in/docente

Como ustedes pueden ver en el perfil de mis blogs de aula, me he re-etiquetado a mí mismo como in/docente, este juego de palabras hace relación a una desobediencia (indecencia) del papel asignado en la cultura escolar al docente. De hecho cuando un/a docente no se comporta de acuerdo a las reglas que ese papel exige muchas veces se le acusa de cierta indecencia: falta de planificación, incoherencia, falta de respeto a los contenidos del curso, promotor de la confusión y la incertidumbre. Hace tiempo hemos visto que la evaluación institucional, y también la evaluación tácita de los propios estudiantes, "castiga" a los y las docentes que se arriesgan a experimentar fuera de los márgenes de la estática actividad que se supone debe realizarse en la docencia (pero este es tema para otra oportunidad).

Una de las desobediencias propias del in/docente es abrir el aula al diálogo sobre la propia aula, abrir el espacio a expresarse sobre lo que se siente, piensa y desea de lo que está ocurriendo en el trabajo de aprendizaje colectivo. La manera en que yo he aprendido a hacer eso es escribiendo reflexiones de clase, compartiéndolas y pidiendo a los estudiantes que también lo hagan. Así en el aula se abre un espacio para expresar y escuchar esas situaciones, sentimientos, malentendidos, recovecos que están siempre presentes pero en segundo plano porque no se les dice, no se les nombra, no se les visibiliza.

Ese día, un martes, llegué a clase con un estado de ánimo alterado, mezcla de tristeza e indignación, o como se dice "con la esperanza golpeada".  Dos días antes una amiga profesora de la universidad me platicó el caso de una de sus estudiantes que había sido abusada sexualmente, eso me impactó no sólo por la inaceptable injusticia de género, sino sobretodo por las circunstancias en que ocurrió. La chica, madre  soltera y trabajadora, estudiante universitaria, había viajado sola a un punto lejano de la ciudad para recoger un monitor de computadora que le regalaron pues el suyo había tronado. Lo que cuesta para nuestros estudiantes tener un mínimo y -la mayoría de los casos- obsoleto equipo para su actividad de aprendizaje en casa. Tomó un taxi y...

Aún ahora me cuesta mucho pensar este caso. Se volvió para mí un símbolo, un lugar desde que ver las cosas que ocurren en la escuela. Los siguientes dos días, lunes y martes, contemplé cada detalle de mi trabajo y la universidad bajo la luz de ese caso, todo en mi ánimo quedó relacionado a esa terrible injusticia. Doble injusticia, por el abuso y porque el abuso se vuelve símbolo de un especie de castigo, de un tipo de censura de la infame realidad que vivimos hacia el anhelo de aprender. Si, yo y mi ánimo llevamos muy lejos la interpretación, así como lo aprendí de aquellos personajes de las novelas del escritor ruso Dostoyevsky, para los que la más mínima falta de ética humana se puede volver el motivo de abandonarlo todo.

Frente a esa doble injusticia todo me pareció absurdo y denigrante, se colmó de indignación mi ya de por sí pesimista visión de la universidad. Ese martes, antes de la clase, una junta de profesores y cierta "coordinación" fue demasiado. ¿Cómo es posible que estemos aquí haciendo como si tomáramos en serio la educación, discutiendo sin ninguna convicción sobre formatos burocráticos de evaluación y calificación, cuando lo esencial se nos está yendo de las manos? No estamos a la altura moral y práctica de lo que la realidad nos demanda, pensé, no estamos enfrentando los retos de una sociedad que se resquebraja, no hacemos más que aparentar que enseñamos mientras protegemos nuestro empleo a toda costa (¡Y qué costos tiene la simulación!).

Así me dirigí al salón, donde el grupo estaba ya esperando con el buen humor que lo caracteriza, me senté "en el asiento del profe", los miré y supe que debía sobreponerme de alguna manera, y lo único que pude hacer fue pedirles su voz. Les solicité escribieran una reflexión sobre cómo habían visto el curso hasta ese día. Mientras escribían también hice lo propio, en un texto en el que vacíe ese ánimo de tristeza e indignación, aunque sin mencionarles qué lo motivaba.

Mientras escuchaba la lectura de sus reflexiones la esperanza golpeada se me iba recuperando. Fue así que comenzó (al menos desde mi perspectiva) el trabajo sobre los textos que publicamos en este primer número de la revista grupal.

Omar e Iliana

No recuerdo si fue antes o después de aquel martes que encontré a Iliana y Omar, dos exalumnos que me dio enorme gusto enterarme se acababan de titular. Comimos juntos en el comedor del plantel y hablamos de todo el tiempo sin vernos, de nuestros proyectos y de la situación de la universidad. Me contagié oyéndolos hablar, escuchando su confianza y las ganas que tienen de proyectar su formación a nuevos horizontes, y pensé que sería bueno exponer al grupo de nuevo ingreso a ese virus. Ahí mismo los invité a visitarnos un día para que nos contaran su experiencia en la universidad.

Creo que sus palabras tuvieron eco y se escuchan en los textos que finalmente se escribieron. 



INCOMPLETO hasta aquí fue necesario pedir retroalimentación al grupo, la cual está en los comentarios



Nada mejor que la metáfora del cuento El Punto de Peter H. Reynolds que hemos escuchado de la lectura de Luis Pescetti.






Luis Pescetti: El Punto


 

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